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    En estos días oscuros donde desde la cúspide del poder se destila soberbia y autoritarismo. En estos días aciagos donde se secuestran los votos y se acribilla la democracia, cómo no reconocer y festejar el reverdecer del futuro, el nacimiento de nuevas flores ciudadanas, la emergencia de los jóvenes en las plazas de la ciudadanía y en los horizontes de libertad.

    También cómo no recordar, desde las calles de los años setenta, las jornadas heroicas donde mi generación luchaba por la democracia frente a una dictadura que buscaba callarnos con palos, gases y zanahoria económica. Nos ofrecían futuro seguro con orden, paz y trabajo. En la época, la economía crecía mucho (5,6% en promedio al año) y debíamos sentirnos orgullosos de los símbolos del desarrollo: la Galería Lux, el Edificio Alameda y la Autopista a El Alto. Y a los que no nos comprábamos el discurso de la modernidad de cemento, el dictador nos llamaba subversivos, vagos, jóvenes perdidos.
    Más de 40 años después, la historia se repite, nos roban la democracia, buscan adormecernos con una burbuja de consumo, se construye el fetiche del producto interno bruto (PIB) y se crean nuevos símbolos de un desarrollo chuto: El Mega Center, el Palacio del dictador y el Teleférico. Y cuando no, se usa la represión y violencia.
    Opinión.