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    “No es fácil irte de un sitio de donde no te quieres ir. Dejar a tu familia. Dejar a tu mamá, a tus amigos, hasta a tu pareja. Me pone muy triste”, comenta a Europa Press Andrea Fonseca, una joven venezolana que emigrará en unos días a Argentina.
    Hasta la semana pasada, trabajaba como camarera en un restaurante del hasta ahora acaudalado este de Caracas. Cobraba el salario mínimo, 18.000 bolívares soberanos (6,9 dólares al cambio en el mercado paralelo), pero conseguía el triple con propinas.
    Su situación no era tan desesperada como la de muchos venezolanos, pero aun así tuvo que pedir prestado, recientemente, para comprar medicamentos para su madre. Ese hecho desencadenó su decisión de irse. Lo había estado posponiendo desde hace meses.
    Emigrará a Argentina, que, según Naciones Unidas, acoge ya a 130.000 venezolanos. Eligió ese país porque sus universidades son gratuitas y podrá seguir estudiando Economía, tras interrumpir sus estudios en Venezuela.
    “Yo quiero continuar mis estudios. No quiero pasar toda mi vida con un simple bachillerato, sino también tener mi título universitario“, declara.
    Cree que la crisis está haciendo más fuerte al venezolano. “Nos ayuda a ser más ‘pilas’, a buscar la manera de solucionar los problemas. Siento que esta situación nos tiene que haber hecho crecer a los venezolanos de una manera que quizás no veamos ahora, pero cuando las cosas se mejoren lo vamos a notar”, añade. Se unirá pronto a los millones que se han visto abocados a buscarse la vida fuera de su país.
    Colombia es el principal receptor de migrantes venezolanos. Más de un millón vive ahora en el país vecino, según Naciones Unidas. Perú acoge a medio millón de venezolanos. Ecuador, donde el asesinato de una mujer a manos de su novio venezolano en enero desencadenó grandes expresiones xenófobas, acoge a más de 220.000. Chile a unos 100.000, Panamá a unos 94.000 y Brasil a alrededor de 100.000 e migrantes venezolanos.
    La cantidad de emigrantes ha aumentado en unas 700.000 personas solo desde agosto, según el organismo internacional. Muchos han cruzado el Atlántico. Su principal destino allí es España, donde, según el Instituto Nacional de Estadística, viven al menos 274.000 personas nacidas en Venezuela, un 76 por ciento más que hace cuatro años.
    La ONU considera la migración venezolana como el desplazamiento más masivo de la historia reciente de América Latina. Ha incluido a los migrantes en su plan anual humanitario y ha pedido reunir 730 millones de dólares para ayudar a 16 países donde se establecen los venezolanos.
    Economía “destruida”
    La salida masiva de ciudadanos ha provocado escasez de profesionales en varios sectores. Uno de los más afectados es la educación. Alrededor del 20 por ciento de los profesores dependientes del Ministerio de Educación han dejado las aulas porque han migrado, han pedido un permiso o no estaban de acuerdo con el sueldo que percibían, según el Colegio de Profesores.
    “El sueldo es el principal problema que tienen. Nadie puede meterse a dar clase o a optar por la carrera docente si va a convertirse en un mártir. En un apóstol. Y va a vivir de la limosna que el Estado algún día le dé”, comenta José Javier Salas, director de la Escuela de Educación de la Universidad Católica Andrés Bello.
    “No hay aumento de sueldo que sirva si la economía está destruida. Si hay una inflación de más del millón porcentual anual, no sirve que te aumenten el sueldo mínimo un 200 por ciento o un 300 por ciento. Quizás una semana puedas comprar algo. Pero a la segunda semana ya no puedes comprar lo que querías”, añade el académico.
    “Hay profesores que trabajan en tres o cuatro instituciones. Corriendo. Saltando de una a otra. Tratando de cumplir con un horario, sin el tiempo y la dedicación suficiente para atender al estudiantado”, comenta Salas.
    A la escasez de profesores se le une que muchos niños tampoco van al colegio. Según la encuesta de condiciones de vida de 2017, realizada por académicos, el 39 por ciento de la población venezolana de entre 3 y 17 años no estaba asistiendo a clase.
    Cientos de miles de padres han visto cómo sus hijos han marchado al extranjero, desde donde les envían remesas para que ellos puedan subsistir en Venezuela. Esos envíos son la forma de subsistir para muchas familias.
    Es el caso de Nelly Pompa, vecina de un barrio de clase media del este de Caracas, donde la crisis está acabando con las economías familiares.
    Su hijo, Miguel, se marchó a Argentina después de sufrir el desplome de la economía, y tras ser atracado dos veces. La gran violencia que sufre el país (Caracas es una de las capitales más violentas del mundo) también ha provocado la salida de muchos. Ahora trabaja en el área de marketing de una tienda de ropa en Buenos Aires.
    “Mi hijo me manda dinero. Con eso uno más o menos se sostiene. Es una ayuda. Con la pensión y el trabajo no nos alcanza. Con su ayuda hacemos las compras y no pasamos ninguna necesidad”, dice Pompa.
    Las remesas alcanzaron los 1.188 millones de dólares en el primer semestre de 2018, según la consultora Ecoanalítica.
    “Mis hijos no pasaron ninguna necesidad, pero hoy en día no es así. Gracias a Dios todavía no tengo nietos, ni quiero tenerlos mientras esté este Gobierno. Porque los niños no tienen ni pañales ni medicinas”, comenta.
    Echa de menos a su hijo. “Somos una familia muy unida, y para mí fue bastante doloroso ver a mi hijo partir con su maletica. Él es el más alegre. Es el menor. Y me hace mucha falta. Cuando hablo de él se me aguan los ojos”, añade, visiblemente emocionada.
    El Gobierno venezolano cree que los emigrantes han sido engañados y que forman parte de una campaña que pretende “imponer una crisis humanitaria de migración” con el objetivo de “justificar la intervención de Venezuela por la vía militar y política”.
    Caracas ha dispuesto vuelos gratuitos para quienes desean regresar. “Han regresado de otro mundo. Han regresado del capitalismo. Peor aún, algunos han regresado del esclavismo”, señaló el presidente, Nicolás Maduro, el pasado septiembre, sobre quienes volvían.